Sequía y Lluvia
Sequía y Lluvia. Cuando, en marzo de mil novecientos ochenta y seis, llegué a Quiriquire, la sequía apenas estaba comenzando y en los meses que siguieron, fue tan fuerte y tan extensa que los taguapires dejaron de florecer, los azulejos volaron a mejores tierras y las iguanas perdieron su hermoso color verde. Hizo tanto calor, que las fallas de los aire acondicionado en las centrales telefónicas eran constantes. Hizo tanto calor que las matas de mangos dejaron de dar frutos e hizo tanto calor que por las noches no se sentían los murciélagos que vivían en el techo a dos aguas de mi casa cuadrada. Del menú de la señora Esther desaparecieron los tabaquitos de hoja de parra, las cremas de pimentón y el té de canela, y el tabule se convirtió en un especial del día y, sin embargo, yo iba a comer allí cada vez que podía, porque su comedor era sencillo, agradable y sobretodo acogedor. Al llegar a su casa, después de pasar por la puerta principal, me encontraba con un...